martes, 14 de febrero de 2017

Lulú


Me crucé a Martin en el portal. Llovía a mares. Llevaba un paraguas abierto a medias. Me saludo huraño con un gruñido y un gesto con la cabeza, con la capucha de su sudadera dos tallas más grande que lo que le correspondía puesta.

Le miré divertida y no pude evitar sonreír. Él me miró con gesto resignado levantando la ceja cómo advirtiendo -"No digas nada si no quieres morir"-. Me guarde el resto de mi sonrisa para dentro y él se alejó con la pequeña Lulú en brazos.
Martin era mi vecino desde que éramos críos. Siempre había sido un chico duro. De esos que visten de negro, van en skate y están metidos en todas las peleas.
De joven había sido boxeador. Entrenaba en el gimnasio de la esquina con otros chicos del barrio. Llegaba al gimnasio después de comer y salía a la hora de ir a cenar.
Nunca hablamos mucho más allá del pertinente saludo. No era mi tipo, ni yo el suyo.  A mi madre le daba miedo su perro de entonces. Tenía un animal de presa que siempre llevaba suelto y sin bozal. Era un perro bien educado, pero aun así imponía bastante.
Se había casado muy joven. Había dejado a su novia embarazada según decían.
En los años siguientes me lo cruzaba en la escalera los domingos siempre con un carrito. Creo que tenía tres hijos. A pesar de ello seguía manteniendo un cuerpo bien definido a base de su trabajo de estibador en el puerto, pues ya no le quedaba tiempo para el boxeo.
Luego desapareció del mapa. Supe por mi madre que se había marchado y dejado a su mujer y sus hijos. Decían que no había soportado dejar el boxeo por la familia y que era habitual verlo borracho en los baruchos del muelle después de su jornada de trabajo.
Ahora había vuelto al vecindario. Su madre había fallecido hacía algunos meses y estaba ocupando el piso de su infancia.
No parecía en absoluto un hombre acabado por el alcohol como habían contado las malas lenguas en radiopatio. Seguía siendo callado y solitario. De esas personas que raramente te miran a la cara, pero se le veía en buena forma y actuaba con normalidad.
A mí no me gustaban los cotilleos. Pero todos sabemos cómo son las madres. Era inevitable que durante la comida me diera el parte de todo lo que acontecía alrededor. Era el precio que tenía que pagar por comer comida caliente y cocinada cada día sin tener que dejarla preparada el día anterior. No era un precio demasiado caro, la verdad. Me evitaba tener que conducir media hora hasta mi casa para comer antes de volver al trabajo. Podía aguantar una hora de cotilleos al día...
Por ella me había enterado de que Martin vivía en el octavo con una chica bastantes años más joven que él. Una rubia recauchutada, como decía mi madre. De esas pijas que visten ajustadas pero con estilo y que conducen un mini.
La chica no le pegaba en absoluto. Era simpática y hablaba con desparpajo. Era curioso verlos: ella bajita con sus tacones y su figura esbelta marcada, él con su ropa ancha y ese cuerpo grande y tosco.
Siempre se les veía agarrados de la mano. - "Van a durar un telediario" - decían todas las señoras del bloque esperando a que la chica se esfumará como por arte de magia.
Yo los miraba con curiosidad. Me fascinaba cómo se le iluminaba la cara a él cuando ella le hablaba. Creo que nunca ví a Martin sonreír hasta entonces.
Llegue a casa de mi madre y deje el paraguas en el lavadero para que escurriera.
Desde la ventana se veía el descampado. Tras la cortina de agua, un hombre vestido de negro sujetaba el paraguas por encima de una bolita de pelo vestida con un jersey  rosa que vagaba de un lado a otro del solar enfundada en su traje brillante. Él iba bajo la lluvia, mojándose impasible, con la capucha puesta y una mano en el bolsillo.
- ¡Vamos Lulú! - le oí decir a lo lejos. El animalito andaba delante bajo el paraguas y él sujetaba el hueso morado con la cadena donde llevaba las bolsitas para recoger las necesidades del animal.
Uno puede saber cómo es una persona al verlo actuar con su perro. Trataba al animal con delicadeza, como lo hacía con la rubia. Estaba claro que la perrita era de ella. Y ahí estaba él, un chico duro, sacando al bicho a pasear en brazos y engalanado de rosa. Sujetando el paraguas que él nunca usaba para que Lulú no se mojará.
Sonreí abiertamente ante la escena - Esta claro que es amor...- dije mientras le veía alejarse detrás del cristal.

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