domingo, 25 de febrero de 2018

Una historia para pensar: El gato y la luciernága


Perseguía el gato a la luciérnaga sin descanso. Decidido a darle caza.
El pequeño insecto volaba desconcertado, tratando de evitar los zarpazos que el gato lanzaba de forma sistemática cada vez que el pequeño punto de luz estaba a su alcance.

El gato obcecado la perseguía, la hostigaba, la vigilaba implacable, subía por los tejados, se encaramaba a las ramas y hacía equilibrismos sobre los cables que sobrevolaban el jardín aún a riesgo de caer.

El grillo los observaba sin comprender la escena, viendo de lejos el puntito de luz y los ojos brillantes del felino que lo seguían de cerca.

La escena se repetía cada noche. El gato persiguiendo incansablemente a la luciérnaga.

Pero esa noche el puntito de luz desapareció de pronto. Por fin el gato la había derribado.

El felino volvió satisfecho hacía el porche de la casa, con una gran sonrisa de victoria dibujada en el rostro, y el grillo, que no podía reprimir la curiosidad, le preguntó al verlo pasar:

- Amigo gato, ¿Qué ha pasado con la luciérnaga? ¿Al fin le has dado caza?

A lo que el gato contestó paladeando cada sílaba - La he matado - dijo atusándose los bigotes.

- Pero...¿Por qué?- preguntó intrigado el grillo - ¿Acaso te la has comido? ¡Los gatos no coméis luciérnagas! - gritó sin comprender el motivo de la obstinada persecución.

- ¡Me molestaba su brillo! - dijo el gato sin más y pensando para sí añadió: - hacía sombra al brillo de mis ojos por las noches.





martes, 20 de febrero de 2018

Una historia para pensar: El lobo



Apostado en la parte alta de unas rocas el pastor esperaba escopeta en mano a que apareciera el lobo. Era la tercera noche consecutiva que el animal había matado a una de sus ovejas.

Atisbó un movimiento de arbustos cerca del cercado y con gesto decidido apuntó con el arma. El disparo sonó hueco y dio certero en el blanco.

El hombre escuchó un alarido de dolor y vio como malherido el lobo se arrastraba. Sin pensárselo dos veces lo siguió entre la maleza con la intención de rematarlo.

El animal se tambaleó hasta su guarida y allí se desplomó. El pastor se acercó a comprobar que estaba muerto. Allí, bajo su cuerpo inerte, yacían tres lobeznos de pocos días con el pelaje ensangrentado que lo observaban con recelo. El lobo abatido debía ser su madre.

El pastor decidió eliminarlos sin escrúpulos, pero al llegar al último, cuando iba a apretar el gatillo, algo lo detuvo.

Aquel animal lo miraba fijo, con una expresión diferente en sus ojos. El pastor fue incapaz de liquidarlo y lo dejó a su suerte con la certeza de que moriría de frío o hambre en pocos días. No obstante, cuando llego a casa fue incapaz de dormir. Cada vez que cerraba los ojos, la mirada del animal se le aparecía en sueños causándole una gran conmoción.

Bajo la mirada inquisitiva de su esposa el hombre se levantó, se calzó las pesadas botas y volvió sobre sus pasos hasta el lugar donde había dejado a la criatura. La encontró llorando, con un aullido tenue, como cualquier cachorrillo abandonado. Lo recogió entre sus brazos y volvió con él a la granja.

Desoyendo los consejos de sus vecinos e ignorando las advertencias de su esposa, el hombre decidió quedarse al lobo. Lo crio junto a sus otros perros y pronto el animal se convirtió en su más fiel amigo.

Para asombro de todos, el lobo se comportaba como el más manso de los canes. ¡Hasta acompañaba al pastor a llevar a las ovejas a pastar! Todos reconocieron asombrados las bondades del animal y el pastor no se arrepintió ni un solo día de haberlo recogido evitándole una muerte segura.

Todo iba bien hasta que pasaron tres inviernos.

Como pasaba cada cierto tiempo, ese año el temporal de nieve fue más cruento de lo normal y el frío diezmo los rebaños. Las copiosas nevadas cerraron todos los caminos, dejando la aldea incomunicada y sin forma de abastecerse.

Pronto, los pastores, que ya estaban acostumbrados a estas situaciones de emergencia, empezaron a racionar las provisiones y los animales empezaron a pasar hambre.

La primera queja le llegó al pastor de la granja del vecino más cercano. Acusaba a su mascota de haberse cenado dos ovejas.

El hombre miró al animal que descansaba tranquilo en un rincón de la cocina calentándose al abrigo del hogar encendido. Y molesto con la acusación, sin pruebas ni fundamento a su entender, dijo:

-No ha sido él, duerme dentro de casa. No pudo haber salido anoche. ¡Hasta donde yo sé no sabe abrir puertas! - No obstante y por si acaso, decidió cerrar con llave a partir de entonces.

Las quejas siguieron sucediéndose una tras otra. El pastor invitaba a sus vecinos a comprobar por sí mismos que el lobo estaba allí. Los más desconfiados pedían inspeccionar el lugar y por más que miraron tratando de encontrar alguna prueba en contra no encontraron evidencia alguna de la culpabilidad del animal.

Todos seguían mirándolo con recelo, pues su granja era la única donde las ovejas permanecían ajenas a los ataques de los depredadores.

Los ataques siguieron sucediéndose, pero el pastor estaba seguro de la inocencia del lobo, pues dormía bajo llave.

Estaba ya cercana la primavera y esperaban el deshielo con impaciencia. Llevaban varios días sin apenas comer, pues ya no quedaba oveja ni gallina en pie y las provisiones hacía semanas que se habían evaporado.

El lobo seguía en su rincón, callado y observador. Calentándose junto a la lumbre. Hacía tiempo que no comía y empezaba a tener hambre.

El pastor y su esposa se sentaron en la sala. Ella hacía calceta, él miraba los deportes en un periódico viejo. El animal merodeó alrededor, acercándose a la puerta buscando la manera de salir. Pero la puerta estaba cerrada con llave. Hacía días que el lobo no conseguía escapar por las noches y el estómago vacío no paraba de recordárselo.

El hombre se marchó a la bodega en busca de algo que beber y llamó al animal para que lo acompañara. Pero este no le siguió.

Cuando hubo abandonado la estancia, el lobo no pudo aguantar más y se abalanzó sobre la esposa, que aterrada grito al sentir la dentellada del animal en su carne.

El pastor corrió desde la bodega, pero al llegar a la puerta, el lobo le franqueó el paso. Lo miró con lástima, como disculpándose: -¿qué quieres? ¡Soy un lobo! – parecía decir mientras le clavaba los dientes...


Cuarteles de invierno



Me he atrincherado en la noche mas fría,
debajo de esta carne, entre estos huesos pétreos,
detrás de las paredes, debajo de esta piel incómoda,
tras esta sonrisa pintada en un lienzo de hielo,
mirando con los ojos vueltos hacia dentro,
¡No sabía que entraran tantas cosas en este vacío hueco!

Me he escondido tras un bunker adornado de risas insulsas,
con rímel de miel en las pestañas, disfrazando la tristeza,
con las manos llenas de líneas que gotean mares de sueños prófugos,
apagando cada estrella de un soplido, abrazando la desesperanza,
tras estas paredes decoradas con relojes blandos que eternizan el latido,
¡Qué lento pasa el tiempo cuando se espera al olvido!

Me he acomodado entre los muros férreos de esta casa,
huyendo malherida de las flechas del cruel Eros, de tu huella,
con el alma rota tiritando de frío en este eterno infierno,
ahogando un grito mudo de respiración estentórea,
con el vaso rebosante de fracasos con regusto a sal y alcohol,
¿Quién dijo que no se puede morir de amor?






lunes, 19 de febrero de 2018

Anhelos...



Rápido arrastró la marea arena,
dejándome prendada la hermosura,
en la retina de esta luna llena.

Se terminó la historia con premura,
donde ninguna persona se encadena,
y la imaginación se configura.

Lejano universo donde se estrena,
la letra que compone una quimera,
que olvida un poeta en la alacena.

Corto fue el disfrute, larga la espera,
viaje que desemboca en lo prohibido,
con deseo inconfeso en la guantera.

Anhelo de un latido enardecido,
de una caricia aciaga que no llega,
sin perderse tu rostro oscurecido.

Por mucho que me empeñe en la refriega,
alargando mi voz en sollozo mudo,
la pena no se queda en la bodega.

Aunque hoy empeñada anude el nudo,
mi voluntad tu recuerdo doblega,
dejando roto el corazón desnudo.

Coraza de ego suicidado lega,
mente ausente que piensa en la encerrona,
alma partida en trozos que no pega.

Desesperada su almena desmorona,
llora lágrimas de mar en pedazos,
bandera de derrota que perdona.

 Pues quedan tan solo antiguos retazos,
huellas de dulces besos inmorales,
clavadas en la carne de mis brazos.

Son nuestras noches negras inmortales,
tu suave piel deseo envenenado,
tus ojos de mis gafas los cristales.

Pagando yo con creces mi pecado,
clavados en mi espalda tus puñales,
y sin arrepentirme de lo errado...