Hace unos días leía en facebook
una frase que me hacía pensar.
Aunque la mayoría de las veces la
famosa red social solo me sirve para pasar el tiempo o perderlo (según se
mire), en ocasiones aparece una cita, un artículo o un estado interesante de
algún amigo al que también le da por mirar más allá de su propio ombligo.
En este caso la cita decía algo
así como que el problema es que los tontos están seguros de todo y los sabios
de nada.
Dándole vueltas a esto, he pasado
un par de días buscando respuestas en mi misma, pues últimamente tengo la
impresión de estar menos segura de las cosas que hace años. Al final mis
reflexiones me han llevado al tema que da título a este post: las certezas
absolutas.
Las certezas absolutas son
aquellos pensamientos, acciones, sentimientos o palabras que creemos son
portadoras de la verdad. El problema es que las certezas nunca pueden ser
absolutas, pues uno nunca puede estar completamente seguro de lo que dice,
piensa, siente o hace… Las certezas siempre son relativas, porque cambian con
el paso del tiempo, las situaciones o las personas que nos rodean.
Creo que usamos muy a la ligera
los adverbios que expresan ideas a modo de certezas absolutas; decimos para
siempre, nunca, todos o ninguno sin pararnos a pensar en el significado que el
uso de estas palabras da a nuestro discurso o cómo influyen en nuestra vida.
Parándome a pensar y a analizar
con memoria histórica, he constatado cómo cada vez que he afirmado que nunca haría,
pensaría o sentiría algo el ”nunca” se ha venido abajo. Tal vez no en ese
momento, pero sí en el transcurso del tiempo. Lo mismo me ha pasado con el “para
siempre”, el “todo” o el “nada”, han acabado por ser palabras escritas en papel
mojado.
Incluso me hace gracia darme
cuenta que algunas cosas de las que convencí a otros en el pasado con mi
seguridad en las ideas que defendía han dejado de ser ciertas para mí ( y
paradojas de la vida lo siguen siendo para algunos de los que convencí).
Las personas que se erigen en
estandarte de la verdad completa y absoluta pueden resultar muy atractivas,
pero también muy peligrosas.
Mucha gente se deja influenciar
por este tipo de personas, pues resulta fácil dejarse llevar y convencer, nos
evita tener que pensar por nosotros mismos.
Cuestionar, reflexionar, introspeccionar
y poner a prueba las supuestas verdades absolutas supone un esfuerzo
sobrehumano que muchas veces no estamos dispuestos a hacer.
Es más fácil convencerse de que
una idea es una idea propia, que generar un pensamiento que derive en una idea.
Las cosas no siempre son blancas
o negras, y aun cuando lo son, el blanco y el negro pueden tener múltiples
matices.
Las verdades absolutas zanjan el
tema y nos evitan tener que explicar las razones que nos llevan a sostenerlas,
acaban dando como resultado un adusto embudo mental que funciona cómo las
orejeras que le ponen al burro para que camine hacia delante. La vida es más
sencilla, pero nos priva de la enriquecedora influencia de otros puntos de
vista.
Luego está la fe. Y no me refiero con fe a creer en dios, me
refiero a esa certeza interior que puede mover montañas y que sí que considero
incuestionable, pues no se trata de una certeza absoluta se trata de una fuerza
propia e inexplicable y ahí no está
permitido ni dudar, ni inmiscuirse.
Por desgracia, la fe muchas veces
se confunde con la verdad o mejor dicho en nombre de la fé se trata de
convencer de que las ideas propias son certezas absolutas. Deberíamos tener en
cuenta que la fe no es una idea, la fe es un sentimiento, y por lo tanto no
puede ser verdad y tampoco mentira, es algo personal e intransferible y que se
debe respetar aunque no se esté de acuerdo con lo que representa.
En mi caso, cada vez mis certezas
absolutas son menos, ni siquiera estoy muy segura de quien soy, a veces no sé
si me imagino, me recuerdo o me sueño. Por desgracia, cuando me miro al espejo
siempre me decepciono: mi percepción de mi misma, en la que convergen todas las
personas que conviven dentro de mí ser, me hace creer que soy más guapa (que
pena que existan los espejos!!).
En fin, sólo puedo decir que
tengo la certeza absoluta de una cosa: No tengo la certeza absoluta de
absolutamente nada. Ni siquiera estoy segura de que mañana vaya a seguir
estando de acuerdo con lo que escribo hoy en este post…
En resumen: las certezas existen,
pero nunca son absolutas. Todo es relativo, y eso sí que es una certeza.