domingo, 3 de diciembre de 2017

La jaula


Yacía desnuda en el suelo frio de baldosas blancas y negras. Cómo un peón en un tablero de ajedrez, con la salvedad de que allí no había ninguna ficha más. Solo ella. Su carne tibia en contacto con la losa gélida, lisa y suave.

Era extraño, no recordaba cómo había llegado hasta aquel lugar.

Miró alrededor con los ojos entrecerrados por la luz cegadora que no sabía de dónde provenía. Buscó en vano alguna abertura, una ventana o una puerta por donde entrara aquella luz que lo invadía todo. Miró al techo en busca de alguna lámpara, pero allí no había nada. Ni lámpara, ni techo. Sus ojos no alcanzaban a ver que había por encima de su cabeza. Era como si solo hubiera vacío.

En ese momento se percató de que tampoco había paredes y, sin embargo, podía notar claramente que estaba encerrada en algún lugar.

Se puso en pie despacio. Le dolían las manos y los tobillos. Era como un escozor persistente, como si le quemase la piel.

Observando sus muñecas descubrió unas marcas alrededor, como de cuerdas finas. Acarició la piel sobre aquellas muescas con extremo cuidado. No sentía nada, solo aquella quemazón.

No conseguía recordar. Le dolía ligeramente la cabeza. Empezó a notar que su respiración se hacía más dificultosa y trató de tranquilizarse cerrando los ojos y respirando despacio.

Le sorprendió no sentir el tacto de su piel en las yemas de los dedos. Era como si su cuerpo se hubiera vuelto inmaterial. La sensación de desazón se iba acrecentando. Dio una vuelta sobre sí misma y al hacerlo notó que el suelo se movía bajo sus pies a la misma vez que ella.

Sentía como si estuviera dentro de algún tipo de recipiente que a su vez levitaba suspendido en el aire o colgaba de una estructura más grande.

Con esfuerzo comenzó a caminar sobre el damero dibujado bajo sus pies. El cuerpo le pesaba. Debía esforzarse en dirigir a su cerebro las ordenes de forma precisa para moverse con orden y eficiencia.

Pronto comprendió que moverse solo unos cuantos pasos era un esfuerzo titánico. estaba agotada y se sentó en el suelo dejándose caer. Respiró entrecortada y trato de mantener la calma.

Volvió a ponerse en pie. Esta vez tenía que conseguir avanzar. Un paso, dos, tres…le faltaba el resuello nuevamente… La presión en su pecho iba en aumento y no conseguía llenar sus pulmones con el aire suficiente. Volvió a dejarse caer. Su cuerpo se desmoronó como un abrigo cayendo de un perchero.

Observó sus manos con detenimiento. Eran pequeñas. Siempre le habían gustado sus manos. Tenían los dedos ni muy chatos, ni muy largos, estilizados y con las uñas cortas. Las suyas eran unas manos femeninas, con las palmas lisas y un color sonrosado. Unas manos firmes, seguras. Necesitaba concentrarse en algo que la hiciera volver a la realidad. No podía permitirse entrar en pánico.

Se tocó la cara con suavidad, tratando de sentir la fisionomía de su rostro al paso de sus dedos sobre la piel, pero fue en vano. No percibía nada. Sabía que su cuerpo estaba tibio, pero no podía sentir ni calor ni frio. Exhaló su aliento en sus manos ahuecadas, con el fin de sentir el aire, pero si bien percibía una leve corriente de aire, no era capaz de sentirla.

Era como si sus sentidos estuvieran aletargados. era capaz de ver con nitidez, pero no de codificar lo que veía con las reglas de la percepción al uso.

Miró alrededor… quitando el suelo bicolor, todo lo demás era de un blanco luminoso y vacío, sin límites, solo un espacio diáfano e indeterminado.

Gritó con todas sus fuerzas con desesperación. De su garganta no salió ningún sonido. Era un grito mudo. En aquel lugar las leyes de la física se alteraban y el sonido no existía. Colocó la palma de su mano frente a su boca y volvió a gritar. Notaba la vibración del grito contra su mano, pero no conseguía emitir ningún sonido… ¿o tal vez no lo escuchaba? ¿Se habría quedado sorda?

Volvió a tumbarse en el suelo. Con su cuerpo encogido en posición fetal. Debería estar asustada, pero no era capaz de sentir nada. Solo se sentía cansada, muy cansada.

Observó el reflejo de su carne en el firme sobre el que reposaba. Era un cuerpo bello. No era una mujer delgada, pero su carne enjuta y firme contorneaba curvas bien definidas. no había rastro de imperfecciones en su piel, de un tono rosáceo amelocotonado. Sus muslos generosos y bien torneados se unían en su parte superior en un triángulo oscuro y rizado de pelo púbico. Su mano tapó por inercia aquella parte íntima con un poco de vergüenza y pronto los párpados empezaron a pesarle. Se quedó dormida.