martes, 23 de junio de 2020

Una historia para pensar: El coacher


Lorenzo trabajaba en su jardín como cada día cuando su vecino Sebastián se aproximó a la verja que separaba sus casas.
- ¡Buenos días, vecino! – Saludó Sebastián de buen humor - ¿En que estas trabajando? – preguntó al ver a Lorenzo afanado con uno de los árboles de la parcela.
- Estoy tratando de hacer un injerto para hacer estás nectarinas más dulces – contestó él sin dejar de trabajar.


Sebastián le miró con superioridad y comenzó a indicarle a Lorenzo como debía hacer el injerto – si le haces un injerto de ciruela en vez de melocotón como estás haciendo la fruta saldrá más dulce – le explicó.


Lorenzo le miraba asombrado, pues Sebastián explicaba con precisión de manual como debía hacer la hendidura, la profundidad y cómo injertar el frutal.
- ¿Quieres intentarlo? – le preguntó al ver que el hombre parecía conocer el tema a la perfección.


En los últimos meses Sebastián se había reinventado. Había perdido su trabajo como contable y  ahora era coach horticultor. No le iba nada mal. Había cambiado su Ford de toda la vida por un mercedes y se pasaba las mañanas en el porche conectado al ordenador asesorando a los demás sobre el arte de cultivar flores, árboles y hortalizas.


Sebastián miró el cuchillo y la yema de la quima que le tendía Lorenzo y luego miró el árbol. Trató de hacer el corte en una rama del nectarino y después de intentarlo sin éxito durante un largo rato le tendió nuevamente el cuchillo a su vecino. Con el pretexto de que iba a llegar tarde a un congreso donde estaba invitado como ponente y que no tenía las herramientas adecuadas para terminar la tarea se marchó con presteza.


Lorenzo le vio salir trajeado con su portátil bajo el brazo. Siguió trabajando hasta que consiguió injertar el árbol tal y cómo quería.


Todas las tardes trabajaba en su jardín. El vergel lucía espléndido. No había flores más bonitas en todo el pueblo.


Mientras, Sebastián trabajaba con el ordenador sentado en el porche. Era habitual ver a las vecinas del barrio visitarlo para pedirle consejo acerca de cómo hacer que sus rosas lucieran más grandes o sus claveles más olorosos


- ¡Es una eminencia! – Decía su mujer haciéndose eco de los comentarios que escuchaba en la pequeña localidad – ¡Hasta ha escrito varios libros sobre el tema! – decía.


Lorenzo miraba de reojo las dos macetas que reposaban en la repisa de la cocina de su vecino y se encogía de hombros. Luego, seguía trabajando en su jardín y el pequeño huerto que cultivaba con cariño y que les procuraba gran parte de las verduras que consumían durante el año.


Sebastián transitaba de un congreso a otro. Había fundado una academia de horticultura y su segundo libro había sido best - seller en la plataforma de libros en línea más importante a nivel mundial. - Me dedico a lo que me apasiona – decía Sebastián en una entrevista en el periódico local ese domingo – No hay nada más reconfortante que cultivar y dar rienda suelta a la creatividad. Cuando uno planta con amor, el fruto siempre recompensa – había dicho.


Lorenzo leía las declaraciones con los ojos muy abiertos y riendo entre dientes, entre incrédulo y socarrón: - ¡El mundo se ha vuelto loco! – se decía meneando la cabeza.


Por fin floreció el nectarino y después de las flores vinieron los frutos. Estando ya maduras, Lorenzo recogió sus primeras nectarinas de aquel año. Estaba emocionado por probar el fruto de su injerto. ¿Lo habría conseguido? – se preguntaba.


Mordió la fruta y paladeo su sabor en la boca. No estaba mal, pero aún no era todo lo dulce que había soñado. Debería volver a injertarlo al comienzo de la primavera siguiente.


- ¿Por qué no le pides consejo a Sebastián? – preguntó su mujer a Lorenzo al contarle éste su decepción con el experimento.


Lorenzo volvió a mirar las macetas de su vecino. Estaban completamente mustias. No había en el barrio dos macetas más pobres y tristes que aquellas y harto de la ceguera de su esposa le contestó: - Consejo, dices… ¿Tú has visto su jardín? – preguntó.


La mujer se quedó mirando perpleja la parcela de al lado - ¿Que jardín? – Preguntó confusa – ¡Sebastián no tiene jardín! ¡Lo asfaltó hace años porque no conseguía mantenerlo bonito y sin malas hierbas! – contestó enfadada ante la pregunta del marido.


- ¡Pues ahí tienes tu respuesta! – dijo Lorenzo.


La mujer se encogió de hombros sin comprender nada – Sebastián es una eminencia – seguía diciendo ella cada vez que tenía ocasión. Lorenzo solo sonreía y callaba. Él seguía trabajando en su jardín.

viernes, 19 de junio de 2020

La muerte




Alondras negras sobrevuelan mi balcón
y el tiempo sigiloso se detiene
es mi cuerpo parte ahora del colchón
y mi esencia un montón de carne inerte
Así es la muerte…

Poesía Social: Frontera


Conforman una masa informe los cuerpos grises del enjambre
suenan las alarmas de las rejas formando melodías de trompetas
púas metálicas sostienen ropas, sangre y carne en el alambre
narran apocalipsis mundanas de alas negras los profetas…

Los hombres se consumen en huesos llorando por el hambre
esperan ocultos en las sombras las señales de cometas
han dejado sus hogares buscando el polen del estambre
piensan encontrar al otro lado mujeres de tez blanca y grandes tetas.

Ahora ven sus sueños rotos tumbados contra el alumbre
un coro de buenos cristianos les obsequian sus saetas
está su fe adornada por una reja cubierta de herrumbre
mirando tras el cristal de la ventana inmóviles como ascetas.

Ellos visten trajes grises mientras coronan la cumbre
están llenas de citas importantes sus libretas
No piensan invitar a vástagos a cobijarse junto a su lumbre
y entregan sus limosnas sin quitarse sus caretas.



Microrrelato: La mujer que aprendió a volar



Después de mucho tiempo lo había conseguido. Se había afanado durante años, desde que era tan solo una chiquilla. Mientras movía los brazos al ritmo de la escoba cosía plumas hechas de poesía a sus alas incipientes aligerando su peso con versos. Ella era una mujer corriente, y como todas las mujeres podía volar. ¡Solo necesitaba perder el miedo! Le había costado cuarenta años aprenderlo.