jueves, 16 de abril de 2015

Una historia para pensar: La piedra en el camino


Martin caminaba despacio. Estaba acostumbrado a tomar ese camino, pues llevaba recorriéndolo desde que era sólo un chiquillo.
Era el camino más corto para llegar a su destino, pero estaba lleno de piedras y por más precauciones que Martin tomaba, siempre acababa tropezando y desollándose las rodillas.
Caminaba atento, pues sabía que la piedra estaba allí, esperándolo.
Cuando estaba a unos metros vio la piedra y se acercó cauteloso.
- Esta vez no me caeré – pensó – voy a esquivarla y continuar mi trayecto.
Ya estaba casi a su altura y la veía con claridad. No era un escollo tan grande como para no poder superarlo con facilidad.
Siguió caminando hasta estar a su altura y la miró de reojo al pasar por su lado. Casi había rebasado la piedra cuando de pronto, sin saber cómo, dio un traspiés y cayó al suelo.
Se levantó enfadado y miró sus rodillas. No tenía una gran herida, pero la rozadura le escocia y sangraba ligeramente. Con rabia tomó la piedra y la arrojó a un lado.
Miró el reloj. LLegaba tarde. Así que aceleró el paso y pronto llegó al final del camino.
Allí se encontró con Tomás.
Tomás era su vecino y ambos comenzaron a conversar.
- ¿Otra vez te has herido la rodilla? – le preguntó Tomás a Martín al ver que sangraba.
- Sí, tropecé con una piedra – Contestó Martín.
- No entiendo porque vas siempre por ese camino pedregoso, al final tardas lo mismo y siempre acabas con las rodillas magulladas...
- No lo sé – le contestó Martín encogiéndose de hombros – simplemente estoy acostumbrado a caminar por ahí...
- ¿Por qué no vienes mañana conmigo? Iremos por mi camino. Es más largo, pero se tarda lo mismo y te garantizo que tus rodillas llegaran intactas.
Martin se resistió al principio, pero ante la insistencia de su amigo acabo cediendo. Al día siguiente irían por el camino de Tomás.
Cuando Martin salió de su casa a la mañana siguiente, Tomás lo estaba esperando en la puerta.
Martín miró de soslayo su camino al pasar, pero cumplió lo pactado y acompañó a Tomás por su camino.
Tal y cómo Tomás le había prometido, llegó con las rodillas intactas.
Al cabo de una semana acompañando a Tomás por su camino las rodillas de Martín lucían casi sin marcas.
Sin embargo, Martín no podía evitar añorar su camino cada vez que pasaba junto a él y una sensación de vacío lo embargaba: sentía como si estuviera traicionándolo.
Una mañana, aprovechando que su amigo no caminaría ese día junto a él, Martín volvió a coger por su camino habitual.
A medida que avanzaba se notaba más liviano. Cuando había llegado a la mitad del trayecto vio a lo lejos la piedra en mitad del sendero.
Se paró a observarla: - Bueno..., ahí estás otra vez. Creo que esta vez podré pasar por tu lado sin caerme...
Martín avanzó decidido y a cada paso veía la piedra más y más cerca.
Cuando llegó junto a ella, tropezó y se cayó al suelo. Sus rodillas sangraban y la herida le dolía endemoniadamente. La piel antes curtida por las heridas constantes, se había desacostumbrado al roce al pasar largo tiempo sin caer y ahora las rodillas le dolían más que antes.
Enfadado cogió la piedra y la lanzó con fuerza a un lado del camino.
De repente, al mirar hacia donde la había lanzado, vio una montaña de piedras.
Allí estaban acumuladas todas las piedras que había lanzado a lo largo de su vida, y cada piedra representaba un tropiezo. Había tantas que no era capaz de contarlas...
Miró el reloj. Llegaba tarde. Así que avanzó con presteza hasta el final del camino.
Al día siguiente Tomás lo esperaba en la puerta.
Martín salió de su casa y saludó a su amigo.
- Hoy iré por mi camino – le dijo
Tomás miró las rodillas de Martín y vio la herida del día anterior: - ¿Por qué te empeñas en ir por el camino más difícil si sabes que acabarás con las rodillas magulladas? – le preguntó.
Martín se encogió de hombros: - No lo sé – le contestó – simplemente es mi camino... ¿Por qué no pruebas a venir conmigo? – le sugirió a Tomás – Te prometo que será más emocionante que el tuyo.
Tomás negó con la cabeza: - Yo prefiero llegar con las rodillas intactas – le dijo - Nos vemos abajo.
Los dos amigos se despidieron y cada cuál volvió a tomar su camino.
 
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