Martin caminaba despacio. Estaba acostumbrado a tomar ese
camino, pues llevaba recorriéndolo desde que era sólo un chiquillo.
Era el camino más corto para llegar a su destino, pero
estaba lleno de piedras y por más precauciones que Martin tomaba, siempre
acababa tropezando y desollándose las rodillas.
Caminaba atento, pues sabía que la piedra estaba allí,
esperándolo.
Cuando estaba a unos metros vio la piedra y se acercó
cauteloso.
- Esta vez no me caeré – pensó – voy a esquivarla y
continuar mi trayecto.
Ya estaba casi a su altura y la veía con claridad. No era un
escollo tan grande como para no poder superarlo con facilidad.
Siguió caminando hasta estar a su altura y la miró de reojo
al pasar por su lado. Casi había rebasado la piedra cuando de pronto, sin saber
cómo, dio un traspiés y cayó al suelo.
Se levantó enfadado y miró sus rodillas. No tenía una gran
herida, pero la rozadura le escocia y sangraba ligeramente. Con rabia tomó la
piedra y la arrojó a un lado.
Miró el reloj. LLegaba tarde. Así que aceleró el paso y
pronto llegó al final del camino.
Allí se encontró con Tomás.
Tomás era su vecino y ambos comenzaron a conversar.
- ¿Otra vez te has herido la rodilla? – le preguntó Tomás a
Martín al ver que sangraba.
- Sí, tropecé con una piedra – Contestó Martín.
- No entiendo porque vas siempre por ese camino pedregoso,
al final tardas lo mismo y siempre acabas con las rodillas magulladas...
- No lo sé – le contestó Martín encogiéndose de hombros –
simplemente estoy acostumbrado a caminar por ahí...
- ¿Por qué no vienes mañana conmigo? Iremos por mi camino.
Es más largo, pero se tarda lo mismo y te garantizo que tus rodillas llegaran
intactas.
Martin se resistió al principio, pero ante la insistencia de
su amigo acabo cediendo. Al día siguiente irían por el camino de Tomás.
Cuando Martin salió de su casa a la mañana siguiente, Tomás
lo estaba esperando en la puerta.
Martín miró de soslayo su camino al pasar, pero cumplió lo pactado
y acompañó a Tomás por su camino.
Tal y cómo Tomás le había prometido, llegó con las rodillas
intactas.
Al cabo de una semana acompañando a Tomás por su camino las
rodillas de Martín lucían casi sin marcas.
Sin embargo, Martín no podía evitar añorar su camino cada
vez que pasaba junto a él y una sensación de vacío lo embargaba: sentía como si
estuviera traicionándolo.
Una mañana, aprovechando que su amigo no caminaría ese día
junto a él, Martín volvió a coger por su camino habitual.
A medida que avanzaba se notaba más liviano. Cuando había
llegado a la mitad del trayecto vio a lo lejos la piedra en mitad del sendero.
Se paró a observarla: - Bueno..., ahí estás otra vez. Creo
que esta vez podré pasar por tu lado sin caerme...
Martín avanzó decidido y a cada paso veía la piedra más y
más cerca.
Cuando llegó junto a ella, tropezó y se cayó al suelo. Sus
rodillas sangraban y la herida le dolía endemoniadamente. La piel antes curtida
por las heridas constantes, se había desacostumbrado al roce al pasar largo
tiempo sin caer y ahora las rodillas le dolían más que antes.
Enfadado cogió la piedra y la lanzó con fuerza a un lado del
camino.
De repente, al mirar hacia donde la había lanzado, vio una
montaña de piedras.
Allí estaban acumuladas todas las piedras que había lanzado
a lo largo de su vida, y cada piedra representaba un tropiezo. Había tantas que
no era capaz de contarlas...
Miró el reloj. Llegaba tarde. Así que avanzó con presteza
hasta el final del camino.
Al día siguiente Tomás lo esperaba en la puerta.
Martín salió de su casa y saludó a su amigo.
- Hoy iré por mi camino – le dijo
Tomás miró las rodillas de Martín y vio la herida del día
anterior: - ¿Por qué te empeñas en ir por el camino más difícil si sabes que
acabarás con las rodillas magulladas? – le preguntó.
Martín se encogió de hombros: - No lo sé – le contestó –
simplemente es mi camino... ¿Por qué no pruebas a venir conmigo? – le sugirió a
Tomás – Te prometo que será más emocionante que el tuyo.
Tomás negó con la cabeza: - Yo prefiero llegar con las
rodillas intactas – le dijo - Nos vemos abajo.
Los dos amigos se despidieron y cada cuál volvió a tomar su
camino.
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