lunes, 12 de agosto de 2019

Una historia para pensar: El burro y la zanahoria



El burro enfilaba la cuesta arriba por el camino zigzagueante y estrecho cargado con un bulto de mayor envergadura que su cuerpo. Portaba parte de la cosecha de aquel verano.
Tomás, que por aquel entonces contaba unos nueve años, acompañaba a su padre sin comprender por qué delante del burro llevaba amarrada a una rama joven de manzano una zanahoria. La hortaliza flotaba arriba y abajo con la cadencia del movimiento del animal que, con los ojos fijos en el sabroso bocado, avanzaba con las patas curvadas por el peso, tratando de alcanzarla sin conseguirlo nunca, pues cuando el daba diez pasos la zanahoria se alejaba otros diez.

Al llegar a la cuadra, su padre descargó al burro y en un barreño le puso varios mendrugos de pan y las mondas de las manzanas que se habían comido en la cena el día anterior.

Luego le acarició el lomo y padre e hijo se marcharon hacia la casa. Sentados en el porche, Tomás le preguntó a su padre: - ¿Y por qué no le das la zanahoria? ¡No me parece justo que después de todo el día persiguiéndola y de haber cumplido con su trabajo no la consiga…!- reclamó el zagal.

Su padre le miró extrañado, como si aquella pregunta careciera de sentido común y encogiéndose de hombros le dijo: - ¡Si le das la zanahoria al burro, entonces el burro ya no anda!-

- ¡Pero si ya estamos en casa…!- repuso el niño con vehemencia- podrías dársela después de trabajar, como premio… - dijo Tomás sintiendo lástima por el borrico.

- El burro nunca debe conseguir la zanahoria, ¡es un burro, hijo! ¿Por qué crees tú que se llama "burro" el burro? - dijo el hombre entre risas y luego añadió:  -  la única forma de que siga haciendo su trabajo es que la desee, pero no la consiga, si la come dejará de desearla y al día siguiente ya no querrá trabajar duro para conseguirla.

Tomás no dio muchas vueltas al asunto, pero aquel argumento no llegó a convencerlo.

Unos pocos años más tarde, siendo ya Tomás un mozo, su padre lo mandó de vuelta al campo con el burro con el fin de cargar y traer a casa parte de la cosecha que en el prado les había quedado por recoger.

Subía Tomas con el animal por la cuesta ya de vuelta a casa después de haber cargado el bulto, cuando al verlo trabajar tan duro y con tanto empeño, decidió que al llegar a la loma le daría la zanahoria como pago a tanto esfuerzo. Su padre nunca lo sabría. Diría que la zanahoria se la había comido él al llegar a la cuadra.

Al burro casi le faltaba el resuello por lo empinado de la cuesta y por fin alcanzó la cima del camino.

Tomás acarició al animal con agradecimiento. Se sentó en unas rocas y vislumbró el pueblo camino abajo. Sin pensárselo dos veces desenganchó la zanahoria de la vara que le servía de señuelo y se la dio al borrico.

Sintió un gran regocijo al ver al animal rebuznar de felicidad y gozo mientras saboreaba el tan ansiado manjar. Le dejó descansar un rato más, y cuando creyó conveniente dar por finalizado el descanso le ordenó levantarse. El burro no se movió.

Con un movimiento suave, tiró de la rienda sin éxito. A medida que el animal iba mostrando abiertamente su desobediencia, Tomás tiraba de la rienda con más violencia. El animal rebuznaba sin la menor intención de moverse. Le arreó en el lomo con la vara como había visto hacer a su padre algunas veces, pero el borrico, obstinado y con un rebuzno que sonaba a burla ni se inmutó. El muchacho trató de que se moviera hasta la desesperación sin conseguirlo.

Su padre le encontró ya de noche allí sentado sobre los riscos, tiritando de frío entre sollozos y con el burro ya durmiendo. Aún le escocía el culo de los golpes que, con el cinturón en mano, le había propinado cuando Tomás recordaba aquella noche…

El desgraciado de Perico, que así se llamaba el borrico, había terminado por ceder, no sin antes ser cosido a palos por el hombre.

En todos los años venideros su padre no paró de decirle a Tomás que le había echado a perder al burro, pues cada tanto, a perico le daba un ataque de obstinación y decidía que no trabajaba más, y cuando eso pasaba… ¡no había zanahoria ni palos que lograran que se moviera!

Tomás recordaba con frecuencia la frase de su padre: ¡¿Por qué te crees que se le llama "burro" al burro?!

También recordaba como en una de sus últimas visitas, siendo ya un hombre hecho y derecho, había encontrado a perico postrado en el granero con un barreño repletó de zanahorias a sus pies. Asombrado, había mirado al viejo en que se había convertido su padre y éste adivinándole el pensamiento le había dicho: - Ahora sí, ya no sirve para trabajar, solo la muerte le espera, que al menos le reciba en un lecho lleno de zanahorias.

Tomás, había observado a Perico: Allí estaba el burro, con la cabeza sobre la paja seca, con las zanahorias a sus pies y ¡sin hacer el menor esfuerzo por comérselas!

Ahora, que también él era un viejo, entendía el sentido de aquella imagen. Miró sus manos arrugadas, su cuerpo hecho un saco de huesos, sus piernas ya inservibles, su casa llena de soledad y su nevera vacía… y dijo para sí mientras acomodaba una manta sobre sus hombros en el sillón: - Los burros y los hombres no somos tan distintos, pero ellos tienen más suerte…