El burro enfilaba la cuesta
arriba por el camino zigzagueante y estrecho cargado con un bulto de mayor
envergadura que su cuerpo. Portaba parte de la cosecha de aquel verano.
Tomás, que por aquel entonces
contaba unos nueve años, acompañaba a su padre sin comprender por qué delante
del burro llevaba amarrada a una rama joven de manzano una zanahoria. La
hortaliza flotaba arriba y abajo con la cadencia del movimiento del animal que,
con los ojos fijos en el sabroso bocado, avanzaba con las patas curvadas por el
peso, tratando de alcanzarla sin conseguirlo nunca, pues cuando el daba diez
pasos la zanahoria se alejaba otros diez.Al llegar a la cuadra, su padre descargó al burro y en un barreño le puso varios mendrugos de pan y las mondas de las manzanas que se habían comido en la cena el día anterior.
Luego le acarició el lomo y padre
e hijo se marcharon hacia la casa. Sentados en el porche, Tomás le preguntó a
su padre: - ¿Y por qué no le das la zanahoria? ¡No me parece justo que después
de todo el día persiguiéndola y de haber cumplido con su trabajo no la consiga…!-
reclamó el zagal.
Su padre le miró extrañado, como
si aquella pregunta careciera de sentido común y encogiéndose de hombros le
dijo: - ¡Si le das la zanahoria al burro, entonces el burro ya no anda!-
- ¡Pero si ya estamos en casa…!-
repuso el niño con vehemencia- podrías dársela después de trabajar, como premio…
- dijo Tomás sintiendo lástima por el borrico.
- El burro nunca debe conseguir
la zanahoria, ¡es un burro, hijo! ¿Por qué crees tú que se llama "burro"
el burro? - dijo el hombre entre risas y luego añadió: - la
única forma de que siga haciendo su trabajo es que la desee, pero no la
consiga, si la come dejará de desearla y al día siguiente ya no querrá trabajar
duro para conseguirla.
Tomás no dio muchas vueltas al
asunto, pero aquel argumento no llegó a convencerlo.
Unos pocos años más tarde, siendo
ya Tomás un mozo, su padre lo mandó de vuelta al campo con el burro con el fin
de cargar y traer a casa parte de la cosecha que en el prado les había quedado
por recoger.
Subía Tomas con el animal por la cuesta ya de vuelta a casa después de haber cargado el bulto, cuando al verlo trabajar tan duro y con tanto empeño, decidió que al llegar a la loma le daría la zanahoria como pago a tanto esfuerzo. Su padre nunca lo sabría. Diría que la zanahoria se la había comido él al llegar a la cuadra.
Al burro casi le faltaba el
resuello por lo empinado de la cuesta y por fin alcanzó la cima del camino.
Tomás acarició al animal con agradecimiento.
Se sentó en unas rocas y vislumbró el pueblo camino abajo. Sin pensárselo dos
veces desenganchó la zanahoria de la vara que le servía de señuelo y se la dio al
borrico.
Sintió un gran regocijo al ver al
animal rebuznar de felicidad y gozo mientras saboreaba el tan ansiado manjar.
Le dejó descansar un rato más, y cuando creyó conveniente dar por finalizado el
descanso le ordenó levantarse. El burro no se movió.
Con un movimiento suave, tiró de
la rienda sin éxito. A medida que el animal iba mostrando abiertamente su
desobediencia, Tomás tiraba de la rienda con más violencia. El animal rebuznaba
sin la menor intención de moverse. Le arreó en el lomo con la vara como había
visto hacer a su padre algunas veces, pero el borrico, obstinado y con un
rebuzno que sonaba a burla ni se inmutó. El muchacho trató de que se moviera
hasta la desesperación sin conseguirlo.
Su padre le encontró ya de noche
allí sentado sobre los riscos, tiritando de frío entre sollozos y con el burro
ya durmiendo. Aún le escocía el culo de los golpes que, con el cinturón en mano,
le había propinado cuando Tomás recordaba aquella noche…
El desgraciado de Perico, que así
se llamaba el borrico, había terminado por ceder, no sin antes ser cosido a
palos por el hombre.
En todos los años venideros su
padre no paró de decirle a Tomás que le había echado a perder al burro, pues
cada tanto, a perico le daba un ataque de obstinación y decidía que no trabajaba
más, y cuando eso pasaba… ¡no había zanahoria ni palos que lograran que se
moviera!
Tomás recordaba con frecuencia la
frase de su padre: ¡¿Por qué te crees que se le llama "burro" al
burro?!
También recordaba como en una de
sus últimas visitas, siendo ya un hombre hecho y derecho, había encontrado a
perico postrado en el granero con un barreño repletó de zanahorias a sus pies.
Asombrado, había mirado al viejo en que se había convertido su padre y éste adivinándole
el pensamiento le había dicho: - Ahora sí, ya no sirve para trabajar, solo la
muerte le espera, que al menos le reciba en un lecho lleno de zanahorias.
Tomás, había observado a Perico:
Allí estaba el burro, con la cabeza sobre la paja seca, con las zanahorias a
sus pies y ¡sin hacer el menor esfuerzo por comérselas!
Ahora, que también él era un
viejo, entendía el sentido de aquella imagen. Miró sus manos arrugadas, su
cuerpo hecho un saco de huesos, sus piernas ya inservibles, su casa llena de
soledad y su nevera vacía… y dijo para sí mientras acomodaba una manta sobre sus
hombros en el sillón: - Los burros y los hombres no somos tan distintos, pero
ellos tienen más suerte…